Una mañana, cuando no estaba despierto ni dormido, sorprendí procesos secretos de mi sistema. Había un pensamiento común, pero atrás de él había una incesante transformación, fragmentos de imágenes dispares relacionadas por el absurdo. Pensaba en una tela color rosa, pero atrás se tejían guirnaldas de focos mientras un gigante le arrancaba un cuerno al centro de la Tierra. Al abrir los ojos los background processes estallaban en un olvido. Al cerrarlos, la cinta aleatoria comenzaba sus infinitas combinaciones. Recordé aquel viejo cuaderno familiar, presente en mi estirpe desde tiempos inmemoriales y entonces comencé a anotar todos los procesos posibles. Al cabo de quince años tenía un registro de 187 mil billones, los suficientes para comenzar mi proyecto. Prometí a un gran número de especialistas prestarles mi cuaderno a cambio de su ayuda, además de que serían testigos del descubrimiento del pensamiento humano más profundo. Así comenzó la búsqueda. Desarrollamos toda clase de programas mentales, agotamos los recursos psíquicos del país y recorrimos el mundo. Dos días antes de mi muerte logramos llegar al pensamiento primero de mi mente: una tierna cereza agujereada.
Delicioso final, preciosas imágenes. He de comentar una cosa o dos. Brillante.
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