domingo, 6 de noviembre de 2011

Navil

No paraba de vomitar, no logré comprender cómo cabía tanto vómito en esa criaturita. Los monstruos me observaban como monstruo en el centro comercial; yo sólo podía vibrar. Aullaba por un maldito doctor en un bar o en perfumería. “Estoy ocupado amigo”, las luces brillaban en abundancia y me costaba trabajo seguir el sonido. De pronto, un doctor veía a mi hija, también me veía a mí. “Estará bien, déle un poco de agua”. Mi pequeñita, tenía tanto frío. 
¿Dónde está mi hija? En el bar o en la escuela tenía miedo, miedo de los homofóbicos y los congresistas. Navil me salvó, sus dos o tres pretendientes la seguían. Nos condujo a una sala estilo Luis XIV y el juego comenzó. Consistía en cortejarla hasta lograr un beso. Navil me prefería, siempre lo hizo, así que la seduje y me dio tres, sus perros morían de celos. El más joven, a manera de burla inglesa, me mostró sus nalgas tres veces, no sólo eso, la segunda tomó mis dedos y los puso en su culo, su calidez me ofendió profundamente así que tuve que patearlo. El juego continuaba pero cada vez de una manera más incomprensible para mí. “Navil, estoy asustado”, y Navil decidió que era hora de dormir. Atravesamos un largo pasillo que tenía alguna figura de mármol al fondo. La puerta de mi dormitorio era imponente, intuí algún demonio, pero nunca podría dejar a Navil, ni por el recuerdo del vómito de aquella niñita que no era mi hija. Adentro, los muros eran tan altos que no alcanzaba a ver el fin, colgaba una gran araña y su cadena daba la impresión de ser infinita. Arriba de la cama había un espejo. Mi figura se deformaba siempre en el joven y su acto burlesco. No me podía dejar intimidar. Salí de mi habitación, busqué la suya y casi me arrepiento al estar frente a la puerta, pero mi padre seguía susurrándome “nada, nada, nada, nada...”, así que entré. El ángel dormía. Rogué a mi padre fuerza y logré someterlo, él lloraba como un abismo. Yo bebí sus lágrimas que me hacían explotar en un montón de chispas frías. Regresé a mi habitación. El espejo ahora me revelaba terrible y lejano. Se abrió mi pecho en el reflejo, vi barómetros y sanguijuelas. Todo se presentaba obsceno, raspaba, raspaba tanto, se desnudaba por segundos y me dejaba vislumbrar su ser. Luego me descubrí siendo aquel ángel, me vi encima de mí mismo, burlándome una y otra y otra vez.

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