martes, 3 de julio de 2012

Zancudo pensador

Quemé un zancudo que estaba en la pared de mi regadera. Al instante cayó al suelo y en unos segundos sus patitas habían desaparecido. Qué suerte, pensé, morir tan rápido quemado, no como en los humanos que sería lento y doloroso.
Esa noche mi víctima me visitó en sueños. Su vocecita era un zumbido y se notaba que le costaba mucho emitirlo. No morí pronto, me dijo, lo pronto es diferente para ti que para mí. Sentí el fuego veinte mil veces, fue lento y dolorso, como lento movemos las alas diez mil veces por segundo. Asesino, ¿qué es eso que llaman moral?, no es otra cosa que un acuerdo entre ustedes humanos para dominar la Tierra de la manera más placentera posible. Matas mosquitos como el hombre primitivo mataba hombres. Quemas mosquitos como tu abuela le tuerce el cuello a las gallinas en el rancho. Crueles son los hombres que cada vez se encierran más en sí mismos. En eso revisé mis bolsillos, encontré un encendedor y lo volví a quemar. Su zumbido agónico se prolongó tanto que dieron las nueve y sonó mi despertador.
Me levanté de la cama y vi una cucaracha en el piso. ¡Hija de puta!, le grité mientras le tiraba un zapatazo. Después de todo no creo que los juicios de un zancudo sean muy razonables.