domingo, 1 de junio de 2014

El espejo de la moto

Noche de luna llena. Bajo cielos vaporosos de morado y verde caminaba distraído. Una delgada tela flotaba sobre la ciudad y hacía brillar las nubes, escasas como peces largos y aburridos en un espectáculo nocturno. Entré en un callejón para cortar camino hacia el parque y pasé al lado de una moto. De su espejo izquierdo brotaba una luz verdosa. Me acerqué y vi reflejadas las puntas de los árboles y sobre ellas la luna resplandeciente. Pero había algo raro. La imagen parecía venir de una pantalla electrónica. Al tocar el cristal se formó en él una especie de interferencia que se expandió en semi-estrella. Debe ser una modernidad, pensé, quizá sea un retrovisor/estéreo con internet y cámara. De repente la imagen comenzó a vibrar y los árboles se convierten en una pelusa inquieta. No sé cómo describir lo que vi y sentí después.
      No reconocí el color de esa pelusa, sí era verde, alguno eléctrico oscuro, pero había algo más en él. Expresaba algo inmenso que me abrió un hueco en el pecho. Era un verde plural, cargado de significado. Ese verde me hablaba. Verde intención. Comprendí que estaba ante seres descubiertos en escena, que veía los árboles mismos, que el espejo sólo formaba un puente entre ellos y yo...
      Esa maraña de ramas-electricidad se expande y siento a través de ellas un gran espacio. Me doy cuenta que mi percepción, o alma, o espíritu, o sentir, avanza por túneles inmensos, más intuidos que vistos. Veo que el reflejo del cielo es un gran vacío, su negro no es un color sino un abismo, una interminable profundidad que es más mía que de lo externo. Mi pecho me succiona, me traga todo desdoblándome de manera que mi carne y mis órganos quedan fuera y flotan en el espacio color noche plenilunada, color cuerpos celestes distantes. Una cara en movimiento es la imagen de la luna, en ella me reconozco y también a los demás.
      ¡Miau! - El maullido me hace voltear la cara y vuelvo. Todo se ve igual que siempre, aunque hay algo diferente. Al volver a mirar el espejo no hay más mundos fantásticos. ¡Tengo que contárselo a alguien! El callejón está desolado, envuelto en un aliento oscuro. Al fondo veo una sombra con figura semihumana, poso mi mirada en ella y desaparece. Siento pánico y corro. En la avenida tres personas discuten bajo letreros luminosos y un hombre mayor pasea en bici por el parque con un perro asomado de la cajita de carga roja. La escena me tranquiliza, pero, algo ha cambiado.
      Todo está en espera de algo.